viernes, 25 de agosto de 2017

Acerca de "Te prometo anarquía" de Hernández Cordón

Para Roi, por su larga insistencia 

“Te prometo anarquía”, se dijo; “¿bajo qué condiciones?”, respondió de inmediato. La promesa ya nacía rota. Entre agua embotellada de Nestle, mineras canadienses y Telmex se hace difícil pensar la anarquía sin mancharla de distopía. Triste situación aquella en la que la fe en una mayoría de edad social nos avoca al desastre más absoluto. “Te prometo anarquía”, “sí, de acuerdo, pero ¿bajo qué condiciones?”. No se trata de un juego, pero jugamos; no se trata de trazar el tiempo, y sin embargo este pasa. Son cuerpos, cuerpos y sangre: conocidos, amigos, familiares, tal vez... y un camión, el inevitable camión que desbarata todo cálculo.
Recién vista y en caliente escribo, ahora que me lees, estas lineas. La película de Julio Hernández Cordón nos lo explica: “Te prometo anarquía”, nos dicen, “las instituciones no funcionan; todas son y serán, inevitablemente, un fraude; todas igual de corruptas: El mismo perro con distinto collar. Sólo hay un modo de instituir y es el desastre. En cambio, yo, no instituyo, sólo te prometo anarquía”, y nos tientan, nos convencen: “no más control”, decimos, y pensamos que “institución” solo puede ser control. Exigimos plena libertad de acto (y vender es un acto). Él aplaude, se alegra: “te prometo anarquía, entonces. Tómala, es toda tuya”. Hernández Cordón nos advierte, por ello, “sí, de acuerdo, me prometes anarquía, mas, ¿bajo qué condiciones?”.
Zurcido de una tácita violencia raramente explicitada, el film nos sitúa ante algunas de las consecuencias más viscerales de nuestra apacible cotidianidad. Más allá del curioso trabajo estético; de las luces rojas como la sangre a traficar; del primerísimo primer plano sin persona ni rostro, como la muerte, siempre soplándonos la nuca; más allá del encuadre descentrado como la anemia sin pulso o ausente como la ayuda al inconsciente estigma, Hernández Cordón traza, ante nosotros, partes comúnmente olvidadas, o asimiladas sin más, de este común mundo que, día a día, obramos, y las rotula con esa frase (¿la de ellos?): “Te prometo anarquía”.
¿Qué mundo hacemos, entonces, a diario?, ¿cómo lo hacemos y en qué contribuimos a ello?, “¿bajo qué condiciones, esta anarquía?” Mayoría de edad, decíamos, la anarquía: saber que este mundo, aquel también, lo estamos haciendo, más o menos directamente, todos, a diario, y que no basta con saber, no basta con pensar, no basta con ser consciente y atender o analizar: esos cuerpos, esa sangre, la nuestra, está allí también. Como dijera, tiempo atrás, el cantautor anarquista Chicho Sánchez Ferlosio: “Preguntar por la realidad sin intentar transformarla, eso es pasar por la vida sin romperla ni mancharla”. Pero, ¿cómo?, y ¿cuándo?, ¿con quién? La promesa muta de sentido: “Te prometo anarquía”, se nos dice ahora; miramos aquel retal del mundo que hacemos, el que nos muestra Hernández Cordón, atendemos a nuestra responsabilidad y, rápidamente nos preguntamos: “¿realmente la queremos, la anarquía?, ¿no estamos ya bien, tal y cómo estamos?, ¿no deberían ocuparse de ello las autoridades?”
Doble atolladero, entonces, la promesa propuesta por la cinta: De un lado, la anarquía, la ausencia de institución, el libre acto (y venta) y sus tráficos (de sangre, de queso, de cuerpos…); la rechazamos: “¿Bajo que condiciones?”, exigimos, y vemos aquel fragmento de mundo escogido en el film. Por el otro lado, la anarquía, el mundo que hacemos, que instituimos a diario, todos, entre todos, de un modo más o menos directo cada cual, según su intervención y responsabilidad; vemos la película, rechazamos la anarquía, también: ¿quién es capaz de cargar tanto mundo sobre su espalda sin darse al pegamento?
Doble atolladero: nos conformamos con lo que hay para vivir, ante la excesiva promesa que se nos propone. Doble atolladero conformista, entonces, el del exceso de ambición: La anarquía, la revolución, el cambio, todo en uno y de a una. ¿Y si apostáramos por gestos más pequeños? Los cuerpos y la sangre siguen allí: “Te prometo anarquía”, digna película a atender con rabia, con rabia moderada, por supuesto: Porque nada sé de ti,/ para dejarme matar/ he de dejar de mirarte1.

1Enrique Falcón, La marcha de los 150.000.000, canto I.

lunes, 5 de octubre de 2015

No son inmigrantes, son exiliados

Decía María Zambrano en su “Carta sobre el exilio” que el exiliado era aquel al que, habiendo sido despojado por completo de su vida, sin embargo se le había dejado en la vida. A diferencia del emigrante, que es acogido en otro país en el que busca desarrollar su existencia, el exiliado se ve desproveído de todo proyecto y se muestra incapaz de enraizar en nueva tierra. No hay, en él, la búsqueda de un futuro mejor, si no la necesidad de que el desastre en el que habita termine de una vez. De este modo, no es equiparable al emigrante que ha decidido dejar atrás su país para continuar con su vida; el exiliado no deja su país, al exiliado se lo han arrebatado, y, con él, se le ha arrebatado también la vida, y, sin embargo, sigue vivo.
En su poema “Lázaro”, Luís Cernuda –otro de nuestros grandes literatos en el exilio-, nos describía precisamente esta extraña e inusual situación de verse rechazado por la muerte, es decir, expropiado, en vida, de su vida. Consciente de que todo le ha sido arrebatado, con la carne en putrefacción, el Lázaro de los evangelios se levanta, en dicho poema, y anda por el mero hecho de estar de nuevo en vida; pero se descubre incapaz de vivir. Una vez despojado de su cuerpo, ahora en descomposición, el resucitado no sabe si estar o no agradecido a aquel que le ha devuelto la existencia. Nunca más logrará sentirse acogido en ningún lugar. Sólo le queda permanecer en la vida, como el lirio, bello a los ojos de Dios. Numerosos son los textos en los que Cernuda trata el exilio, pero seguramente sea este poema el que muestra con más crudeza la sensación de desarraigo que lo acompaña.
Ante estos dos testimonios –fruto, ambos, de nuestro exilio- ver la frivolidad zurcida de tópicos con el que la prensa nacional está tratando el caso de los exiliados sirios no puede dejar de ponernos de manifiesto la ignorancia que caracteriza a nuestros actuales periodistas.
El miércoles 9 de septiembre, por ejemplo, El Periódico publicaba una crónica de Carles Planas bajo el título de “El viaje de la esperanza”. Se trataba de una crónica, muy sentida, del viaje que el autor realizó en uno de los trenes que transportaba a los exiliados hasta Austria. Sin embargo, de todo lo narrado en el texto lo único que se lograba desprender era desesperación; una desesperación que llevaba a sus protagonistas a aceptar cualquier trato, cualquier condición, con tal de poder huir de su presente. Por supuesto no faltaba quien se aprovechara de tal situación para realizar alguna que otra estafa o abuso de poder. Con todo, ninguna esperanza de proyectos a venir o de vidas futuras se podía vislumbrar en las reacciones o en las palabras de los refugiados. Lo único que estas dejaban entrever era la necesidad de que terminara de una vez la agonizante situación en la que estos se encontraban. Sin embargo “El viaje de la esperanza” era el título elegido para una crónica llena de desesperación.
Otro ejemplo, a mi gusto, más flagrante, lo encontramos en La Vanguardia del sábado 5 de setiembre. En esta edición el diario dedicó su suplemento “Quién” a efectuar un monográfico sobre “inmigrantes que han triunfado”. Entre tanto, en sus primeras páginas, podíamos leer, en un artículo de María-Paz López, que los refugiados vienen “en pos del sueño europeo”. Cuesta creer que la relación pueda ser fortuita, más cuando expresiones de este tipo se van repitiendo una y otra vez en los artículos que esta publicación dedica al problema de los exiliados orientales.
Cito solo dos ejemplos, pero podríamos encontrar muchísimos más, tanto en los diarios mencionados como en otros similares. En ambos casos podemos ver la continuidad de la condescendencia con la que estamos acostumbrados a tratar al inmigrante. Seguramente, cargados de buena intención y de amor al prójimo, las redacciones de nuestros diarios y sus periodistas han creído necesario conmovernos y proporcionarnos motivos alentadores para predisponernos favorablemente a la acogida de los exiliados. Ello, por supuesto, es muy loable y no admite crítica. Sin embargo el modo en que han intentado conmovernos les traiciona (y nos traiciona también a nosotros mismos) poniéndonos de manifiesto algunos de los presupuestos sin los cuales no somos capaces de concebir el motivo de una acción. ¿Por qué alguien se decidiría a emprender un proyecto si no es en busca de una esperanza, de una mejora futura, de un triunfo? Máxime cuando tal empresa implica dejar atrás su hábitat (sus espacios, su familia, sus amistades...).
Lo que en este análisis pasa por alto es que para el exiliado tal hábitat ya no existe: los conocidos, si no se han sorprendido exterminando, se han visto exterminados o huyendo para no serlo, y los espacios en los que crecía el futuro se han vuelto yermos. Reducir a alguien que ha pasado por una vivencia como la del exiliado a un simple buscador de esperanza y sueños lo único que refleja es nuestra cobardía a la hora de enfrentar la crudeza de su situación; cobardía que nos escondemos de la peor manera posible: desde la condescendencia del que se compadece de aquel que debe abandonar su hogar para buscar una vida mejor. Pero, me reitero, el exiliado no abandona su hogar; este ya ha sido destruido antes de que pudiera abandonarlo.

Como el niño de la crónica de Carles Planes, que ante un control de la policía húngara exclamada desmoralizado que quería ir a Austria para estudiar, el exiliado siempre acaba cargando con las máscaras que le atribuyen, dado que sabe que es el único modo de hacerse entender. Máscaras que, como describía Zambrano al inicio del texto citado, son “inventadas por algún conflicto de conciencia, por algún inconfesable remordimiento o por algún pánico de los que acometen al que no ha perdido su herencia, al que tiene un «estar»”. ¿Qué conflicto interior esconde nuestra tendencia a reducir el exiliado a inmigrante? ¿Por qué no somos capaces de concebir el querer vivir si no es vinculado a un sueño o a una esperanza, a un proyecto o a una inversión de futuro? ¿Estamos preparados para comprender la vivencia del exilio? ¿No será quizá el miedo a asumir tal vivencia como posible la que nos pone en guardia ante la avalancha de refugiados? Si ello fuera así, tal vez habría que felicitar a nuestros periodistas y periódicos por haber comprendido que el único modo de que aceptáramos su acogida era la de disfrazárnoslos de inmigrantes o “migrantes”, como tanto les gusta decir últimamente. Lástima que, ahora que ya han demostrado su bondad a la opinión pública, empiecen a usar estas máscaras para advertirnos de los peligros que tal “migración” conlleva.

domingo, 9 de agosto de 2015

Contra el gozo

Nuestra incapacidad para desobedecer nos obliga a ser felices y a creer que sólo el que goza es libre: "Just do it"... ¡y un carajo! Cómo vas a ser feliz si no eres capaz de esperar. La angustia que nos transmite el creer que la falta de felicidad es responsabilidad nuestra hace que nos obliguemos a parecer felices para no avergonzarnos delante de los demás; entonces es cuando hablamos sin tener nada que decir, cuando follamos por follar, y nos comprometemos con cualquier acción que disimule que, en realidad, no tenemos nada que hacer. ¡Dejémonos en paz de una vez! No ser feliz no es vergonzoso; no querer gozar, tampoco. ¿Por qué, entonces, juzgamos como negativo el que alguien no quiera gozar o no aparente ser feliz? Seguimos en la servidumbre y en la incapacidad de construirnos una vida a causa de esta obsesión por vivirla.

“Que me quiten lo bailado”, decimos, ok... ¿acaso nos podrán quitar lo llorado?

sábado, 4 de abril de 2015

Trabajar para comer


Ya de pequeño, cuando ayudaba a su abuelo en el huerto, se lo habían dejado bien claro: “Hay que trabajar para comer”. Nieto e hijo ejemplar, con el tiempo se ha convertido en un trabajador infatigable. 
Cada día, al salir de trabajar, recoge todos los tiques que se han generado a lo largo de la jornada y se los lleva en una bolsa de plástico. Entretanto, de camino a casa, piensa en cómo los aderezará para la cena de esa noche. 
Nunca ha logrado comprender de que se alimentan los trabajadores de un call center.  

lunes, 17 de noviembre de 2014

El silenci heretat (Una reflexió sobre uns versos de Salvador Espriu)


“No lluito més. Et deixo
El sepulcre bastíssim
Que fou terra dels pares,
Somni, sentit. Em moro,
Perquè no sé com viure”

El cóm algú pot llegir aquests versos sense sentir-s’hi involucrat és quelcom que no a tothom hauria de passar per alt. Segurament hom podria pensar que es tracta d’un desistir, d’un rendir-se, d’un no saber viure; i, certament, no seria una interpretació fàcilment refutable, sobre tot si, alhora de dur-la a terme es consultés alguna de les tan comuns referències que de la vida d’Espriu figuren als manuals i les biografies generalment utilitzats -l’home (Salom) que morí amb la caiguda de la República, que es dedicà a la poesia per tal de poder filtrar l’essència d’un idioma difícilment publicable durant la dictadura nacional; la figura severa que ens parla de la mort i es lamenta constantment per allò perdut; al cap i a la fi, l’home derrotat que intenta resistir sota l’opressió del vencedor. Però, esgota els camins recorreguts per aquest poema aquesta interpretació?
Faltaria, i això es obvi, acabar d’encaixar, dins l’exposada interpretació, una explicació de la segona frase del poema. De nou ens apareix la solució fàcil: Castrar la potència que aquests versos poguessin tenir a l’actualitat: La terra dels pares, ocupada, ara, no és més que la tomba de tots els morts d’una guerra que enfrontà germans; guerra de la qual, el poeta, desisteix i es mor per no saber com viure en ella. Aquesta interpretació -obvia, fàcil, directa, històrica- ens recorda uns fets que el poeta, segurament, no desitjaria que avui, que ja els hem superat, es repetissin; ens recorda que no hem de lluitar entre nosaltres, doncs això només porta desastres, morts i pèrdues de sentit, fent que la vida no mereixi, ja, esser viscuda.
Però, així no obstant, no deixa de ser cert que els versos ens manifesten que és a partir del moment en el que deixa de lluitar que el poeta no sap com viure. D’aquesta manera, semblaria que, contràriament al que la interpretació anterior ens mostrava, és en la lluita que hom viu, que hom sap com viure, i, per tant, mor quan ja no sap com lluitar. Però, vist així, quin sentit té, de nou, la segona frase del poema? Per què no sap com viure?
Falta veure, primer de tot, qui és aquest “tu” al que es dirigeix el poeta. Ràpidament es reconeix que en tot el poemari “El cementiri de Sinera” –del qual el poema comentat en forma part– no hi ha cap altre interlocutor que el propi lector. Semblaria, doncs, que a aquell a qui deixa “el sepulcre vastíssim...” no és més que al possible lector del poema. Però, com pot ser que ens el deixi a nosaltres, si el franquisme ja fa 35 anys que fou clos? De nou ens assalta una interpretació fàcil que segueix reduint la potencia dels versos analitzats: La interpretació nacionalista; tots la coneixem prou bé com per a que pugui estalviar-me-la.
Observem bé què és el que Salom, com a lectors d’ell que som, ens deixa: Un sepulcre, un recipiendari de la mort, una terra de mort que altrhora fou la terra promesa dels pares, els seus somnis, el seu sentit: Aquest sepulcre en el que vivim, era el seu somni, el dels nostres pares; i Salom es mor perquè no sap com viure en aquesta terra de mort en la que, en altres moments, sons pares hi dedicaren el sentit dels seus somnis, les seves esperances. Esperances i somnis vans que no han esdevingut més que el sepulcre que hem d’habitar i en el que, per tant, l’única forma de viure és la lluita contra el somni dels pares, contra el sentit de les seves esperances, per tal de no quedar, finalment, tancats dins la terra de mort que ens han deixat.
Però, llavors, perquè Salom deixa de lluitar si sap que és la única manera de viure en una terra de mort? Perquè no sap com fer-ho, no sap com trobar el contra qui o el cóm necessari a tota lluita; davant d’això, la interpretació històrica, de nou, ens esclareix fàcilment contra qui deixa de lluitar Espriu i ens redueix el seu no saber lluitar en un no saber com lluitar. Però, si el seu “et deixo” es refereix a tot lector que el pugui llegir, no tindria sentit que ens digués, avui, que, perquè ha deixat de lluitar contra el dictador, ens deixa a nosaltres un sepulcre en el que haver de viure.
“No lluito més” diu i, per això, “no se com viure”... “Lluita” ens diu “Només així sabràs com viure”. Contra qui?
Els somnis dels pares, la seva terra, n’és, per als seus fills, un sepulcre, una terra de mort, una terra que ja han viscut els altres: Lluita contra els somnis dels pares que ara ja s’han establert, que ja són coneguts –tant si es donen dins com fora del marc social-; lluita contra la mort que és allò que ja és, contra aquesta terra dels pares que ara és sepulcre; només així podràs saber com viure dins d’aquesta terra de mort: lluitant contra ella.
Però... Per què deixa de lluitar Espriu i quina era la seva forma de fer-ho abans de desistir?
Aquí, de nou, Espriu calla, i el silenci que el seu callar ens manifesta fa present molt més del que expressa: Cóm lluitar contra els somnis dels pares si el somni d’aquests es que lluitessis contra els seus somnis? Com lluitar contra el sepulcre que és per a nosaltres el somni de Salom i que ell mateix ens manifesta?
Si lluitem contra el seu somni, obeïm al que volien; i si obeïm al seu somni, lluitem contra el que volien. No és, d’aquesta manera, el silenci, el no pronunciar-se i passar de llarg, l’única manera que, davant d’això, ens permet no obeir el marc del sepulcre heretat? No és precisament això el que fan les noves generacions, deixar d’una banda la lluita, fer com si no hi fos? I, els que no ho fan així, no estan, precisament, al continuar la lluita, obeint?
Cal, però, fer palès quin pot ser l’ús que a aquest silenci podem donar: Si el que fem és silenciar els somnis dels pares –tal com normalment es fa- ens trobem amb que en certa manera ja estem lluitant contra aquests i per tant ja estem obeint; però, si el que fem és silenciar-nos a nosaltres, fer-nos presents com un silenci, xuclant, com el no-res, els discursos que ens envolten, buidant-los de sentit per convertir-los en no-res, sense deixar de ser per això silenci, podrem sobrepassar el problema de l’herència dels pares, doncs ja no lluitarem contra ells, ja no atribuirem al seu somni aquest sepulcre bastíssim en el que vivim, si no que lluitarem contra nosaltres que, amb l’ordre dels pares, som ja, en la lluita i en el desistir, el mateix sepulcre bastíssim que Espriu ens deixà.
Però com fer present el silenci en un món on només allò que parla és comptat? On s’intenta que les coses que no parlen tinguin llenguatges, veus i, fins hi tot, coses a dir, formes de dir? Com fer present el silenci si el llenguatge, l’art, el gest, els colors, les formes, les mirades, els ventalls, l’acció i el sexe no són compresos més que com una forma d’expressió? Com fer present el silenci si el silenci es considera no ser i es creu que tot allò que es fa present és?

De nou Espriu ens recorda que l’esperança no és una sortida –els nostres fills lluitaran contra els nostres somnis- i segueix callat dins la seva herència.

lunes, 14 de abril de 2014

Aproximación a los 29

¡Que no nos jodan la marrana!, nos han llenado los sesos de mentiras para que nos confiemos y no tengamos prisa para salir de esta tortura. Al igual que el sádico que promete la salvación a su presa si esta obedece, nos han hecho creer que aún tenemos una vida por delante y que, en cualquier momento, de un modo aparentemente milagroso, todo se arreglará y gozaremos, sin saber cómo, de una vida digna o, mejor dicho, de la dignidad de vivir -que no es más que el derecho a seguir vivo.
Pero no nos dejemos engañar: Con 29 años uno ya no es joven; con 29 años uno ya no tiene la vida por delante; con 29 años uno ya no puede aprender de cero un oficio (entre otras cosas porque nadie te hará, con 29 años, un contrato de aprendizaje); con 29 años no estás a tiempo de refundar tu banda, tampoco lo estás, con 29 años, de empezar a escribir; con 29 años cobrar 600€ al mes no debería ser normal (menos aún tener que ir mendigando para conseguir, con 29 años, el dinero necesario para cerrar la compra de la semana); con 29 años deberías tener la seguridad necesaria para empezar a plantearte la posibilidad de tener algún hijo, aunque, con tus 29 años, prefirieras no tenerlo; con 29 años, deberías saber que nada vendrá milagrosamente a salvarte; con 29 años deberías empezar a plantearte si realmente tu vida vale 3 euros 70 la hora; con 29 años deberías saber que algo no encaja y, con todo el valor de tus 29 años, deberías rechazar toda esta normalidad que nos han metido en la cabeza...
Pero no, no lo haces, no lo hacemos; "aún nos sentimos jóvenes" nos decimos, " y por lo tanto aún tenemos una vida por delante"... ¡como si sentirse hoplita nos hiciera más hábiles con la lanza!
Por suerte tenemos a todos estos eruditos de pacotilla que consiguen subsistir gracias a que, con toda la miseria de nuestros 29 años, les facilitamos la temática perfecta para poder publicar los libros y artículos que los reconfortán en su ser críticos con un mundo injusto con los 29 años. Libros que generarán puestos de trabajo en las grandes librerías para que un "joven" de 29 años licenciado, con máster y, a ser posible, con doctorado, pueda cobrar los 600€ que le garantizan su derecho a seguir vivo.
¡Viva los 29 años!

¡Ala, rabia moderada!

martes, 17 de marzo de 2009

Objeción

"No nos gustan las objeciones"
G.Deleuze

De acuerdo, algo muere... Muere el arte, muere la historia, muere la filosofía, muere el capitalismo, muere Dios, muere el Hombre, muere la muerte, mueren las ideologias, muere la ciéncia, muere la educación... De acuerdo -decía-, algo muere... pero dejen ya de diseccionar los cuerpos putrefactos que los absentes dejan esparcidos sobre el mundo... dejen de trocear y examinar, como si fuera este el orígen del conocimiento, discursos, ciencias, palabras o letras... dejen que se entierren los cadaveres de cuerpo entero... o... en su defecto, descuarticen, rompan, desgarren al modo como desgarraron, rompieron y descuartizaron los dioses nórdicos a Ýmir, es decir, unica y exclusivamente para crear el mundo, para hacer de su cabeza el cielo y de sus huesos las piedras, no para llenar los manuales escolares y las hurnas de los museos... "Damas y caballeros dejad los muertos en paz!"
Ala, rabia moderada!